Convento e iglesia de las carmelitas de Beas de Segura
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Copio a continuación, tras el índice, los capítulos del Libro de las Fundaciones de Santa Teresa de Jesús en los que cuenta la fundación del convento de Beas (capítulo 22) y los capítulos siguientes, ya que en ellos todavía a veces aparece mencionado el nombre de Beas.
LIBRO DE LAS
«FUNDACIONES»
SANTA TERESA DE
JESÚS O DE ÁVILA
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
De los medios por donde se comenzó a tratar de esta fundación y
de las demás.
CAPÍTULO 2
Cómo nuestro padre General vino a Avila, y lo que de su venida
sucedió.
CAPÍTULO 3
Por qué medios se comenzó a tratar de hacer el monasterio de San
José en Medina del Campo.
CAPÍTULO 4
En que trata de algunas mercedes que el Señor hace a las monjas
de estos monasterios, y dase aviso a las prioras de cómo se ha de
haber en ellas.
CAPÍTULO 5
En que se dicen algunos avisos para cosas de oración y
revelaciones. Es muy provechoso para los que andan en cosas
activas.
CAPÍTULO 6
Avisa los daños que puede causar a gente espiritual no entender
cuándo ha de resistir al espíritu. Trata de los deseos que tiene el
alma de comulgar. El engaño que puede haber en esto. Hay cosas
importantes para las que gobiernan estas casas.
CAPÍTULO 7
De cómo se han de haber con las que tienen melancolía. Es
necesario para las preladas.
CAPÍTULO 8
Trata de algunos avisos para revelaciones y visiones.
CAPÍTULO 9
Trata de cómo salió de Medina del Campo para la fundación de San
José de Malagón.
CAPÍTULO 10
En que se trata de la fundación de la casa de Valladolid. Llámase
este monasterio la Concepción de Nuestra Señora del Carmen.
CAPÍTULO 11
Prosíguese en la materia comenzada del orden que tuvo doña
Casilda de Padilla para conseguir sus santos deseos de entrar en
religión.
CAPÍTULO 12
En que trata de la vida y muerte de una religiosa que trajo nuestro
Señor a esta misma casa, llamada Beatriz de la Encarnación, que
fue en su vida de tanta perfección, y su muerte tal, que es justo se
haga de ella memoria.
CAPÍTULO 13
En que trata cómo se comenzó la primera casa de la Regla
primitiva, y por quién, de los descalzos carmelitas. Año de 1568.
CAPÍTULO 14
Prosigue en la fundación de la primera casa de los descalzos
carmelitas. Dice algo de la vida que allí hacían, y del provecho que
comenzó a hacer nuestro Señor en aquellos lugares, a honra y
gloria de Dios.
CAPÍTULO 15
En que se trata de la fundación del monasterio del glorioso San
José en la ciudad de Toledo, que fue el año de 1569.
CAPÍTULO 16
En que se tratan algunas cosas sucedidas en este convento de San
José de Toledo, para honra y gloria de Dios.
CAPÍTULO 17
Que trata de la fundación de los monasterios de Pastrana, así de
frailes como de monjas. Fue en el mismo año de 1570, digo 1569.
CAPÍTULO 18
Trata de la fundación del monasterio de San José de Salamanca,
que fue año de 1570. Trata de algunos avisos para las prioras,
importantes.
CAPÍTULO 19
Prosigue en la fundación del monasterio de San José de la ciudad
de Salamanca.
CAPÍTULO 20
En que se trata la fundación del monasterio de Nuestra Señora de
la Anunciación, que está en Alba de Tormes. Fue año de 1571.
CAPÍTULO 21
En que se trata la fundación del Glorioso San José del Carmen de
Segovia. Fundóse el mismo día de San José, año de 1574.
CAPÍTULO 22
En que se trata de la fundación del glorioso San José del Salvador,
en el lugar de Beas, año de 1575, día de Santo Matía.
CAPÍTULO 23
En que trata de la fundación del monasterio del Glorioso San José
del Carmen en la ciudad de Sevilla. Díjose la primera misa día de la
Santísima Trinidad, en el año de 1575.
CAPÍTULO 24
Prosigue en la fundación de San José del Carmen en la ciudad de
Sevilla.
CAPÍTULO 25
Prosíguese en la fundación del glorioso San José de Sevilla, y lo
que se pasó en tener casa propia.
CAPÍTULO 26
Prosigue en la misma fundación del monasterio de San José de la
ciudad de Sevilla. Trata algunas cosas de la primera monja que
entró en él, que son harto de notar.
CAPÍTULO 27
En que trata de la fundación de la villa de Caravaca. - Púsose el
Santísimo Sacramento, día de año nuevo del mismo año de 1576. -
Es la vocación del glorioso San José.
CAPÍTULO 28
La fundación de Villanueva de la Jara.
CAPÍTULO 29
Trátase de la fundación de San José de nuestra Señora de la Calle
en Palencia, que fue año de 1580, día del Rey David.
CAPÍTULO 30
Comienza la fundación del monasterio de la Santísima Trinidad en
la ciudad de Soria. Fundóse el año de 1581. Díjose la primera misa
día de nuestro padre San Eliseo.
CAPÍTULO 31
Comiénzase a tratar en este capítulo de la fundación del glorioso
San José de Santa Ana en la ciudad de Burgos. Díjose la primera
misa a 8 días del mes de abril, octava de Pascua de Resurrección,
año de 1582.
EPÍLOGO
CAPÍTULO 22
En que se trata de la fundación del glorioso San José del Salvador,
en el lugar de Beas, año de 1575, día de Santo Matía.
1. En el tiempo que tengo dicho que me mandaron ir a Salamanca
desde La Encarnación, estando allí, vino un mensajero de la villa de
Beas, con cartas para mí de una señora de aquel lugar y del
beneficiado de él y de otras personas, pidiéndome fuese a fundar
un monasterio, porque ya tenían casa para él, que no faltaba sino
irle a fundar.
2. Yo me informé del hombre. Díjome grandes bienes de la tierra, y
con razón, que es muy deleitosa y de buen temple. Mas mirando las
muchas leguas que había desde allí allá, parecióme desatino; en
especial habiendo de ser con mandado del Comisario Apostólico,
que -como he dicho- era enemigo, o al menos no amigo, de que
fundase. Y así quise responder que no podía, sin decirle nada.
Después me pareció que, pues estaba a la sazón en Salamanca,
que no era bien hacerlo sin su parecer, por el precepto que me
tenía puesto nuestro reverendísimo padre General de que no
dejase fundación.
3. Como él vio las cartas, envióme a decir que no le parecía cosa
desconsolarlas, que se había edificado de su devoción; que les
escribiese que, como tuviesen la licencia de su Orden, que se
proveería para fundar; que estuviese segura que no se la darían,
que él sabía de otras partes de los Comendadores que en muchos
años no la habían podido alcanzar, y que no las respondiese mal.
Algunas veces pienso en esto y cómo lo que nuestro Señor quiere,
aunque nosotros no queramos, se viene a que, sin entenderlo,
seamos el instrumento, como aquí fue el padre Maestro fray Pedro
Fernández, que era el Comisario; y así, cuando tuvieron la licencia
no la pudo él negar, sino que se fundó de esta suerte:
4. Fundóse este monasterio del bienaventurado San José de la villa
de Beas, día de Santo Matía, año de 1575. Fue su principio de la
manera que se sigue, para honra y gloria de Dios:
Había en esta villa un caballero que se llamaba Sancho Rodríguez
de Sandoval, de noble linaje, con hartos bienes temporales. Fue
casado con una señora llamada doña Catalina Godínez. Entre otros
hijos que nuestro Señor les dio, fueron dos hijas, que son las que
han fundado el dicho monasterio, llamadas la mayor Doña Catalina
Godínez, y la menor Doña María de Sandoval. Habría la mayor
catorce años, cuando nuestro Señor la llamó para sí. Hasta esta
edad estaba muy fuera de dejar el mundo; antes tenía una estima
de sí de manera, que le parecía todo era poco lo que su padre
pretendía en casamientos que la traían.
5. Estando un día en una pieza que estaba después de la que su
padre estaba, aun no siendo levantado, acaso llegó a leer en un
crucifijo que allí estaba el título que se pone sobre la cruz, y
súbitamente, en leyéndole, la mudó toda el Señor; porque ella había
estado pensando en un casamiento que la traían, que le estaba
demasiado bien, y diciendo entre sí: «¡con qué poco se contenta mi
padre, con que tenga un mayorazgo, y pienso yo que ha de
comenzar mi linaje en mí!». No era inclinada a casarse, que le
parecía cosa baja estar sujeta a nadie, ni entendía por dónde le
venía esta soberbia. Entendió el Señor por dónde la había de
remediar. Bendita sea su misericordia.
6. Así como leyó el título, le pareció había venido una luz a su alma
para entender la verdad, como si en una pieza oscura entrara el sol;
y con esta luz puso los ojos en el Señor que estaba en la cruz
corriendo sangre, y pensó cuán maltratado estaba, y en su gran
humildad, y cuán diferente camino llevaba ella yendo por soberbia.
En esto debía estar algún espacio, que la suspendió el Señor. Allí le
dio Su Majestad un propio conocimiento grande de su miseria, y
quisiera que todos lo entendieran. Diole un deseo de padecer por
Dios tan grande, que todo lo que pasaron los mártires quisiera ella
padecer junto, una humillación tan profunda de humildad y
aborrecimiento de sí, que, si no fuera por no haber ofendido a Dios,
quisiera ser una mujer muy perdida para que todos la aborrecieran.
Y así se comenzó a aborrecer con grandes deseos de penitencia,
que después puso por obra. Luego prometió allí castidad y pobreza,
y quisiera verse tan sujeta, que a tierra de moros se holgara
entonces la llevaran por estarlo. Todas estas virtudes le han durado
de manera que se vio bien ser merced sobrenatural de nuestro
Señor, como adelante se dirá para que todos le alaben.
7. Seáis Vos bendito, mi Dios, por siempre jamás, que en un
momento deshacéis un alma y la tornáis a hacer. ¿Qué es esto,
Señor? Querría yo preguntar aquí lo que los Apóstoles cuando
sanasteis el ciego os preguntaron, diciendo si lo habían pecado sus
padres. Yo digo que quién había merecido tan soberana merced. -
Ella no, porque ya está dicho de los pensamientos que la sacasteis
cuando se la hicisteis. ¡Oh, grandes son vuestros juicios, Señor!
Vos sabéis lo que hacéis, y yo no sé lo que me digo, pues son
incomprensibles vuestras obras y juicios. Seáis por siempre
glorificado, que tenéis poder para más. ¿Qué fuera de mí, si esto no
fuera? Mas... si fue alguna parte su madre, que era tanta su
cristiandad, que sería posible quisiese vuestra bondad, como
piadoso, que viese en su vida tan gran virtud en las hijas. Algunas
veces pienso hacéis semejantes mercedes a los que os aman, y
vos les hacéis tanto bien como es darles con qué os sirvan.
8. Estando en esto, vino un ruido tan grande encima en la pieza,
que parecía toda se venía abajo. Pareció que por un rincón bajaba
todo aquel ruido adonde ella estaba, y oyó unos grandes bramidos
que duraron algún espacio, de manera que a su padre, que aun -
como he dicho- no era levantado, le dio tan gran temor, que
comenzó a temblar y, como desatinado, tomó una ropa y su espada
y entró allá, y muy demudado le preguntó qué era aquello. Ella le
dijo que no había visto nada. El miró otra pieza más adentro, y
como no vio nada, díjola que se fuese con su madre, y a ella le dijo
que no la dejase estar sola, y le contó lo que había oído.
9. Bien se da a entender de aquí lo que el demonio debe sentir
cuando ve perder un alma de su poder que él tiene ya por ganada.
Como es tan enemigo de nuestro bien, no me espanto que viendo
hacer al piadoso Señor tantas mercedes juntas, se espantase él e
hiciese tan gran muestra de su sentimiento; en especial, que
entendería que con la riqueza que quedaba en aquel alma había de
quedar él sin algunas otras que tenía por suyas. Porque tengo para
mí que nunca nuestro Señor hace merced tan grande, sin que
alcance parte a más que la misma persona. Ella nunca dijo de esto
nada; mas quedó con grandísima gana de religión y lo pidió mucho
a sus padres. Ellos nunca se lo consintieron.
10. A cabo de tres años que mucho lo había pedido, como vio que
esto no querían, se puso en hábito honesto, día de San José. Díjolo
a sola su madre, con la cual fuera fácil de acabar que la dejara ser
monja. Por su padre no osaba. Y fuese así a la iglesia, porque
como la hubiesen visto en el pueblo, no se lo qutasen. Y así fue,
que pasó por ello. En estos tres años tenía horas de oración, y
mortificarse en todo lo que podía, que el Señor la enseñaba. No
hacía sino entrarse a un corral y mojarse el rostro y ponerse al sol,
para que por parecer mal la dejasen los casamientos que todavía la
importunaban.
11. Quedó de manera en no querer mandar a nadie, que, como
tenía cuenta con la casa de su padre, le acaecía, de ver que había
mandado a las mujeres, que no podía menos, aguardar a que
estuviesen dormidas y besarlas los pies, fatigándose porque siendo
mejores que ella la servían. Como de día andaba ocupada con sus
padres, cuando había de dormir, era toda la noche gastarla en
oración, tanto que mucho tiempo se pasaba con tan poco sueño
que parecía imposible, si no fuera sobrenatural. Las penitencias y
disciplinas eran muchas, porque no tenía quien la gobernase, ni lo
trataba con nadie. Entre otras, le duró una cuaresma traer una cota
de malla de su padre a raíz de las carnes. Iba a una parte a rezar
desviada, adonde le hacía el demonio notables burlas. Muchas
veces comenzaba a las diez de la noche la oración, y no se sentía
hasta que era de día.
12. En estos ejercicios pasó cerca de cuatro años, que comenzó el
Señor a que le sirviese en otros mayores, dándole grandísimas
enfermedades y muy penosas, así de estar con calentura continua y
con hidropesía y mal de corazón; un zaratán que le sacaron. En fin,
duraron estas enfermedades casi diecisiete años, que pocos días
estaba buena. Después de cinco años que Dios le hizo esta
merced, murió su padre. Y su hermana, en habiendo catorce años
(que fue uno después que su hermana hizo esta mudanza), se puso
también hábito honesto, con ser muy amiga de galas, y comenzó
también a tener oración. Y su madre ayudaba a todos sus buenos
ejercicios y deseos, y así tuvo por bien que ellas se ocupasen en
uno harto virtuoso y bien fuera de quien eran: fue en enseñar niñas
a labrar y a leer, sin llevarles nada, sino sólo por enseñarlas a rezar
y la doctrina. Hacíase mucho provecho, porque acudían muchas,
que aun ahora se ve en ellas las buenas costumbres que
deprendieron cuando pequeñas. No duró mucho, porque el
demonio, como le pesaba de la buena obra, hizo que sus padres
tuviesen por poquedad que les enseñasen las hijas de balde. Esto,
junto con que la comenzaron a apretar las enfermedades, hizo que
cesase.
13. Cinco años después que murió su padre de estas señoras,
murió su madre y, como el llamamiento de la doña Catalina había
sido siempre para monja, sino que no lo había podido acabar con
ellos, y luego se quiso ir a ser monja, porque allí no había
monasterio en Beas. Sus parientes la aconsejaron que, pues ellas
tenían para fundar monasterio razonablemente, que procurasen
fundarle en su pueblo, que sería más servicio de nuestro Señor.
Como es lugar de la Encomienda de Santiago, era menester
licencia del Consejo de las Ordenes, y así comenzó a poner
diligencia en pedirla.
14. Fue tan dificultoso de alcanzar, que pasaron cuatro años,
adonde pasaron hartos trabajos y gastos; y hasta que se dio una
petición, suplicándolo al mismo Rey, ninguna cosa les había
aprovechado. Y fue de esta manera, que, como era la dificultad
tanta, sus deudos le decían que era desatino, que se dejase de ello;
y como estaba casi siempre en la cama con tan grandes
enfermedades como está dicho, decían que ningún monasterio la
admitirían para monja. Ella dijo que, si en un mes la daba nuestro
Señor salud, que entenderían era servido de ello y que ella misma
iría a laCorte a procurarlo. Cuando esto dijo, había más de medio
año que no se levantaba de la cama, y había casi ocho que casi no
se podía menear de ella. En este tiempo tenía calentura continua
ocho años había, hética y tísica, hidrópica, con un fuego en el
hígado que se abrasaba, de suerte que aun sobre la ropa era el
fuego de suerte, que se sentía y le quemaba la camisa, cosa que
parece no creedera, y yo misma me informé del médico de estas
enfermedades que a la sazón tenía, que estaba harto espantado.
Tenía también gota artética y ciática.
15. Una víspera de San Sebastián, que era sábado, la dio nuestro
Señor tan entera salud, que ella no sabía cómo encubrirlo para que
no se entendiese el milagro. Dice que cuando nuestro Señor la
quiso sanar le dio un temblor interior, que pensó iba ya a acabar la
vida. Su hermana y ella vio en sí grandísima mudanza, y en el alma
dice que se sintió otra, según quedó aprovechada. Y mucho más
contento le daba la salud por poder procurar el negocio del
monasterio, que de padecer ninguna cosa se le daba. Porque
desde el principio que Dios la llamó, le dio un aborrecimiento
consigo, que todo se le hacía poco. Dice que le quedó un deseo de
padecer tan poderoso, que suplicaba a Dios muy de corazón que de
todas maneras la ejercitase en esto.
16. No dejó Su Majestad de cumplirle este deseo, que en estos
ocho años la sangraron más de quinientas veces, sin tantas
ventosas sajadas, que tiene el cuerpo de suerte que lo da a
entender. Algunas le echaban sal en ellas, que dijo un médico era
bueno para sacar la ponzoña de un dolor de costado, que éstos
tuvo más de veinte veces. Lo que es más de maravillar, que así
como le decían un remedio de éstos el médico, estaba con gran
deseo de que viniese la hora en que le habían de ejecutar, sin
ningún temor, y ella animaba los médicos para los cauterios, que
fueron muchos, por el zaratán y otras ocasiones que hubo para
dárselos. Dice que lo que la hacía desearlo, era para probar si los
deseos que tenía de ser mártir eran ciertos.
17. Como ella se vio súbitamente buena, trató con su confesor y
con el médico que la llevasen a otro pueblo, para que pudiesen
decir que la mudanza de la tierra lo había hecho. Ellos no quisieron;
antes los médicos lo publicaron, porque ya la tenían por incurable, a
causa que echaba sangre por la boca, tan podrida, que decían era
ya los pulmones. Ella se estuvo tres días en la cama, que no se
osaba levantar, porque no se entendiese su salud; mas, como tan
poco se puede encubrir como la enfermedad, aprovechó poco.
18. Díjome que el agosto antes, suplicando un día a nuestro Señor
que o le quitase aquel deseo tan grande que tenía de ser monja y
hacer el monasterio, o le diese medios para hacerle, con mucha
certidumbre le fue asegurado que estaría buena a tiempo que
pudiese ir a la cuaresma para procurar la licencia. Y así, dice que
en aquel tiempo, aunque las enfermedades cargaron mucho más,
nunca perdió la esperanza que le había el Señor de hacer esta
merced. Y aunque la olearon dos veces, tan al cabo la una, que
decía el médico que no había para qué ir por el óleo, que antes
moriría, nunca dejaba de confiar del Señor que había de morir
monja. No digo que en este tiempo la olearon las dos veces, que
hay de agosto a San Sebastián, sino antes.
Sus hermanos y deudos, como vieron la merced y el milagro que el
Señor había hecho en darle tan súbita salud, no osaron estorbarle
la idea, aunque parecía desatino. Estuvo tres meses en la Corte, y
al fin no se la daban. Como dio esta petición al Rey y supo que era
de Descalzas del Carmen, mandóla luego dar.
19. Al venir a fundar el monasterio, se pareció bien que lo tenía
negociado con Dios en quererlo aceptar los prelados, siendo tan
lejos y la renta muy poca. Lo que Su Majestad quiere no se puede
dejar de hacer. Así vinieron las monjas al principio de cuaresma,
año de 1575. Recibiólas el pueblo con gran solemnidad y alegría y
procesión. En lo general fue grande el contento; hasta los niños
mostraban ser obra de que se servía nuestro Señor. Fundóse el
monasterio, llamado San José del Salvador, esta misma cuaresma,
día de Santo Matía.
20. En el mismo tomaron hábito las dos hermanas, con gran
contento. Iba adelante la salud de doña Catalina. Su humildad y
obediencia y deseo de que la desprecien da bien a entender haber
sido sus deseos verdaderos, para servicio de nuestro Señor. ¡Sea
glorificado por siempre jamás!
21. Díjome esta hermana, entre otras cosas, que habrá casi viente
años que se acostó una noche deseando hallar la más perfecta
Religión que hubiese en la tierra para ser en ella monja, y que
comenzó a soñar, a su parecer, que iba por un camino muy
estrecho y angosto y muy peligroso para caer en unos grandes
barrancos que parecían, y vio un fraile Descalzo, que en viendo a
fray Juan de la Miseria (un frailecico lego de la Orden, que fue a
Beas estando yo allí), dice que le pareció el mismo que había visto;
le dijo: «Ven conmigo, hermana»; y la llevó a una casa de gran
número de monjas, y no había en ella otra luz sino de unas velas
encendidas que traían en las manos. Ella preguntó qué Orden era,
y todas callaron y alzaron los velos y los rostros alegres y riendo. Y
certifica que vio los rostros de las hermanas mismas que ahora ha
visto, y que la priora la tomó de la mano y la dijo: «Hija, para aquí os
quiero yo», y mostróle las Constituciones y Regla. Y, cuando
despertó de este sueño, fue con un contento que le parecía haber
estado en el cielo, y escribió lo que se le acordó de la Regla, y pasó
mucho tiempo que no lo dijo a confesor ni a ninguna persona, y
nadie no le sabía decir de esta Religión.
22. Vino allí un padre de la Compañía, que sabía sus deseos, y
mostróle el papel, y díjole que si ella hallase aquella Religión que
estaría contenta porque entraría luego en ella. El tenía noticia de
estos monasterios, y díjole cómo era aquella Regla de la Orden de
nuestra Señora del Carmen, aunque no dio, para dársela a
entender, esta claridad, sino de los monasterios que fundaba yo; y
así procuró hacerme mensajero, como está dicho.
23. Cuando trajeron la respuesta, estaba ya tan mala, que le dijo su
confesor que se sosegase, que aunque estuviera en el monasterio
la echaran, cuánto más tomarla ahora. Ella se afligió mucho, y
volvióse a nuestro Señor con grandes ansias y díjole: «Señor mío y
Dios mío: yo sé por la fe que Vos sois el que todo lo podéis; pues,
vida de mi alma, o haced que se me quiten estos deseos, o me dad
medios para cumplirlos». Esto decía con una confianza muy
grande, suplicando a nuestra Señora, por el dolor que tuvo cuando
a su Hijo vio muerto en sus brazos, le fuese intercesora. Oyó una
voz en lo interior que le dijo: «Cree y espera, que Yo soy el que
todo lo puede; tú tendrás salud; porque el que tuvo poder para que
de tantas enfermedades, todas mortales de suyo, y les mandó que
no hiciesen su efecto, más fácil le será quitarlas». Dice que fueron
con tanta fuerza y certidumbre estas palabras, que no podía dudar
de que no se había de cumplir su deseo, aunque cargaron muchas
más enfermedades, hasta que el Señor le dio la salud que hemos
dicho. Cierto, parece cosa increíble lo que ha pasado. A no me
informar yo del médico y de las que estaban en su casa y de otras
personas, según soy ruin, no fuera mucho pensar que era alguna
cosa encarecimiento.
24. Aunque está flaca, tiene ya salud para guardar la Regla, y buen
sujeto; una alegría grande, y en todo -como tengo dicho- una
humildad que a todas nos hacía alabar a nuestro Señor. Dieron lo
que tenían de hacienda entrambas, sin ninguna condición, a la
Orden; que si no las quisieran recibir por monjas, no pusieron
ningún apremio. Es un desasimiento grande el que tiene de sus
deudos y tierra, y siempre gran deseo de irse lejos de allí, y así
importuna harto a los prelados, aunque la obediencia que tiene es
tan grande, que así está allí con algún contento. Y por lo mismo
tomó velo, que no había remedio con ella que fuese del coro, sino
freila; hasta que yo la escribí diciéndola muchas cosas y riñéndola
porque quería otra cosa de lo que era voluntad del padre provincial,
que aquello no era merecer más, y otras cosas, tratándola
ásperamente. Y éste es su mayor contento, cuando así la hablan.
Con esto se pudo acabar con ella, harto contra su voluntad.
Ninguna cosa entiendo de esta alma que no sea para ser agradable
a Dios, y así lo es con todas. Plega a Su Majestad la tenga de su
mano, y la aumente las virtudes y gracia que le ha dado para mayor
servicio y honra suya. Amén.
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CAPÍTULO 23
En que trata de la fundación del monasterio del Glorioso San José
del Carmen en la ciudad de Sevilla. Díjose la primera misa día de la
Santísima Trinidad, en el año de 1575.
1. Pues estando en esta villa de Beas esperando licencia del
Consejo de las Ordenes para la fundación de Caravaca, vino a
verme allí un padre de nuestra Orden, de los Descalzos, llamado el
maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios, Gracián, que había
pocos años que tomó nuestro hábito estando en Alcalá, hombre de
muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes
virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para
bien de esta Orden primitiva, estando él en Alcalá, muy fuera de
tomar nuestro hábito, aunque no de ser religioso. Porque aunque
sus padres tenían otros intentos, por tener mucho favor con el Rey y
su gran habilidad, él estaba muy fuera de eso. Desde que comenzó
a estudiar, le quería su padre poner a que estudiase leyes. El, con
ser de harta poca edad, sentía tanto, que a poder de lágrimas
acabó con él que le dejase oír teología.
2. Ya que estaba graduado de maestro, trató de entrar en la
Compañía de Jesús, y ellos le tenían recibido, y por cierta ocasión
dijeron que se esperase unos días. Díceme él a mí que todo el
regalo que tenía le daba tormento, pareciéndole que no era aquél
buen camino para el cielo. Siempre tenía horas de oración y su
recogimiento y honestidad en gran extremo.
3. En este tiempo entróse un gran amigo suyo por fraile de nuestra
Orden en el monasterio de Pastrana, llamado fray Juan de Jesús,
también maestro. No sé si por esta ocasión de una carta que le
escribió de la grandeza y antigüedad de nuestra Orden, o qué fue el
principio, que le daba tan gran gusto leer todas las cosas de ella y
probarlo con grandes autores, que dice que muchas veces tenía
escrúpulo de dejar de estudiar otras cosas por no poder salir de
éstas; y las horas que tenía recreación era ocuparse en esto. ¡Oh
sabiduría de Dios y poder!, ¡cómo no podemos nosotros huir de lo
que es su voluntad! Bien veía nuestro Señor la gran necesidad que
había en esta obra que Su Majestad había comenzado, de persona
semejante. Yo le alabo muchas veces por la merced que en esto
nos hizo; que si yo mucho quisiera pedir a Su Majestad una
persona para que pusiera en orden todas las cosas de la Orden en
estos principios, no acertara a pedir tanto como Su Majestad en
esto nos dio. Sea bendito por siempre.
4. Pues teniendo él bien apartado de su pensamiento tomar este
hábito, rogáronle que fuese a tratar a Pastrana con la Priora del
monasterio de nuestra Orden, que aun no era quitado de allí, para
que recibiese una monja. ¡Qué medios toma la divina Majestad!,
que para determinarse a ir de allí a tomar el hábito tuviera por
ventura tantas personas que se lo contradijeran, que nunca lo
hiciera. Mas la Virgen nuestra Señora, cuyo devoto es en gran
extremo, le quiso pagar con darle su hábito; y así pienso que fue la
medianera para que Dios le hiciese esta merced; y aun la causa de
tomarle él y haberse aficionado tanto a la Orden era esta gloriosa
Virgen; no quiso que a quien tanto la deseaba servir le faltase
ocasión para ponerlo por obra, porque es su costumbre favorecer a
los que de ella se quieren amparar.
5. Estando muchacho en Madrid, iba muchas veces a una imagen
de nuestra Señora que él tenía gran devoción, no me acuerdo
adónde era: llamábala «su enamorada», y era muy ordinario lo que
la visitaba. Ella le debía alcanzar de su Hijo la limpieza con que
siempre ha vivido. Dice que algunas veces le parecía que tenía
hinchados los ojos de llorar por las muchas ofensas que se hacían
a su Hijo. De aquí le nacía un ímpetu grande y deseo del remedio
de las almas y un sentimiento, cuando veía ofensas de Dios, muy
grande. A este deseo del bien de las almas tiene tan gran
inclinación, que cualquier trabajo se le hace pequeño si piensa
hacer con él algún fruto. Esto he visto yo por experiencia en hartos
que ha pasado.
6. Pues llevándole la Virgen a Pastrana como engañado, pensando
él que iba a procurar el hábito de la monja, y llevábale Dios para
dársele a él. ¡Oh secretos de Dios! Y cómo, sin que lo queramos,
nos va disponiendo para hacernos mercedes y para pagar a esta
alma las buenas obras que había hecho y el buen ejemplo que
siempre había dado y lo mucho que deseaba servir a su gloriosa
Madre; que siempre debe Su Majestad de pagar esto con grandes
premios.
7. Pues llegado a Pastrana, fue a hablar a la priora, para que
tomase aquella monja, y parece que la habló para que procurase
con nuestro Señor que entrase él. Como ella le vio, que es
agradable su trato, de manera que, por la mayor parte, los que le
tratan le aman (es gracia que da nuestro Señor), y así de todos sus
súbditos y súbditas es en extremo amado; porque aunque no
perdona ninguna falta (que en esto tiene extremo, en mirar el
aumento de la religión), es con una suavidad tan agradable, que
parece no se ha de poder quejar ninguno de él..
8. Pues acaeciéndole a esta priora lo que a los demás, diole
grandísima gana de que entrase en la Orden, y díjolo a las
hermanas, que mirasen lo que les importaba, porque entonces
había muy pocos o casi ninguno semejante, y que todas pidiesen a
nuestro Señor que no le dejase ir, sino que tomase el hábito.
Es esta priora grandísima sierva de Dios, que aun su oración sola
pienso sería oída de Su Majestad, ¡cuánto más las de almas tan
buenas como allí estaban! Todas lo tomaron muy a su cargo, y con
ayunos, disciplinas y oración lo pedían continuo a Su Majestad, y
así fue servido de hacernos esta merced. Que, como el padre
Gracián fue al monasterio de los frailes y vio tanta religión y aparejo
para servir a nuestro Señor, y sobre todo ser Orden de su gloriosa
Madre que él tanto deseaba servir, comenzó a moverse su corazón
para no tornar al mundo. Aunque el demonio le ponía hartas
dificultades, en especial de la pena que había de ser para sus
padres, que le amaban mucho y tenían gran confianza había de
ayudar a remediar sus hijos, que tenían hartas hijas e hijos, él,
dejando este cuidado a Dios, por quien lo dejaba todo, se determinó
a ser súbdito de la Virgen y tomar su hábito. Y así se le dieron con
gran alegría de todos, en especial de las monjas y priora, que
daban grandes alabanzas a nuestro Señor, pareciéndole que las
había Su Majestad hecho esta merced por sus oraciones.
9. Estuvo el año de probación con la humildad que uno de los más
pequeños novicios. En especial se probó su virtud en un tiempo
que, faltando de allí el prior, quedó por mayor un fraile harto mozo y
sin letras y de poquísimo talento ni prudencia para gobernar;
experiencia no la tenía, porque había poco que había entrado. Era
cosa excesiva de la manera que los llevaba y las mortificaciones
que les hacía hacer; que cada vez me espanto cómo lo podían
sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el
espíritu que le daba Dios para sufrirlo. Y hase visto bien después
que tenía mucha melancolía y en ninguna parte, aun por súbdito
hay trabajo con él, cuánto más para gobernar; porque le sujeta
mucho el humor, que él buen religioso es, y Dios permite algunas
veces que se haga este yerro de poner personas semejantes para
perfeccionar la virtud de la obediencia en los que ama.
10. Así debió ser aquí, que en mérito de esto ha dado Dios al padre
fray Jerónimo de la Madre de Dios grandísima luz en las cosas de
obediencia para enseñar a sus súbditos, como quien tan buen
principio tuvo en ejercitarse en ella. Y para que no le faltase
experiencia en todo lo que hemos menester, tuvo tres meses antes
de la profesión grandísimas tentaciones. Mas él, como buen capitán
que había de ser de los hijos de la Virgen, se defendía bien de
ellas; que cuando el demonio más le apretaba para que dejase el
hábito, con prometer de no le dejar y prometer los votos, se
defendía. Diome cierta obra que escribió con aquellas grandes
tentaciones, que me puso harta devoción y se ve bien la fortaleza
que le daba el Señor.
11. Parecerá cosa impertinente haberme comunicado él tantas
particularidades de su alma; quizá lo quiso el Señor para que yo lo
pusiese aquí, porque sea El alabado en sus criaturas; que sé yo
que con confesor ni con ninguna persona se ha declarado tanto.
Algunas veces había ocasión, por parecerle que con los muchos
años y lo que oía de mí tendría yo alguna experiencia. A vueltas de
otras cosas que hablábamos, decíame éstas y otras que no son
para escribir, que harto más me alargara.
12. Idome he, cierto, mucho a la mano, porque si viniese algún
tiempo a las suyas, no le dar pena. No he podido más, ni me ha
parecido (pues esto, si se hubiere de ver, será a muy largos
tiempos), que se deje de hacer memoria de quien tanto bien ha
hecho a esta renovación de la Regla primera. Porque, aunque no
fue él el primero que la comenzó, vino a tiempo que algunas veces
me pesara de que se había comenzado si no tuviera tan gran
confianza de la misericordia de Dios. Digo las casas de los frailes,
que las de las monjas, por su bondad, siempre hasta ahora han ido
bien; y las de los frailes no iban mal, mas llevaba principio de caer
muy presto; porque, como no tenían Provincia por sí, eran
gobernados por los Calzados. A los que pudieran gobernar, que era
el padre fray Antonio de Jesús, el que lo comenzó, no le daban esa
mano, ni tampoco tenían constituciones dadas por nuestro
reverendísimo padre General. En cada casa hacían como les
parecía. Hasta que vinieran, o se gobernaran de ellos mismos,
hubiera harto trabajo, porque a unos les parecía uno y a otros otro.
Harto fatigada me tenían algunas veces.
13. Remediólo nuestro Señor por el padre maestro fray Jerónimo de
la Madre de Dios, porque le hicieron Comisario Apostólico y le
dieron autoridad y gobierno sobre los Descalzos y Descalzas. Hizo
constituciones para los frailes, que nosotras ya las teníamos de
nuestro reverendísimo padre General, y así no las hizo para
nosotras, sino para ellos con el poder apostólico que tenía y con las
buenas partes que le ha dado el Señor, como tengo dicho. La
primera vez que los visitó, lo puso todo en tanta sazón y concierto,
que se parecía bien ser ayudado de la divina Majestad y que
nuestra Señora le había escogido para remedio de su Orden, a
quien suplico yo mucho acabe con su Hijo siempre le favorezca y dé
gracia para ir muy adelante en su servicio. Amén.
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CAPÍTULO 24
Prosigue en la fundación de San José del Carmen en la ciudad de
Sevilla.
1. Cuando he dicho que el padre maestro fray Jerónimo Gracián me
fue a ver a Beas, jamás nos habíamos visto, aunque yo lo deseaba
harto; escrito, sí algunas veces. Holguéme en extremo cuando supe
que estaba allí, porque lo deseaba mucho por las buenas nuevas
que de él me habían dado; mas muy mucho más me alegré cuando
le comencé a tratar, porque, según me contentó, no me parecía le
habían conocido los que me le habían loado.
2. Y como yo estaba con tanta fatiga, en viéndole, parece que me
representó el Señor el bien que por él nos había de venir; y así
andaba aquellos días con tan excesivo consuelo y contento, que es
verdad que yo misma me espantaba de mí. Entonces aún no tenía
comisión más de para la Andalucía, que estando en Beas le envió a
mandar el Nuncio que le viese, y entonces se la dio para Descalzos
y Descalzas de la Provincia de Castilla. Era tanto el gozo que tenía
mi espíritu, que no me hartaba de dar gracias a nuestro Señor
aquellos días, ni quisiera hacer otra cosa.
3. En este tiempo trajeron la licencia para fundar en Caravaca,
diferente de lo que era menester para mi propósito; y así fue
menester que tornasen a enviar a la Corte, porque yo escribí a las
fundadoras que en ninguna manera se fundaría si no se pedía
cierta particularidad que faltaba, y así fue menester tornar a la
Corte. A mí se me hacía mucho esperar allí tanto y queríame tornar
a Castilla; mas como estaba allí el padre fray Jerónimo, a quien
estaba ya sujeto aquel monasterio, por ser comisario de toda la
Provincia de Castilla, no podía hacer nada sin su voluntad, y así lo
comuniqué con él.
4. Parecióle que ida una vez, se quedaba la fundación de Caravaca,
y también que sería gran servicio de Dios fundar en Sevilla, que le
pareció muy fácil, porque se lo habían pedido algunas personas que
podían y tenían muy bien para dar luego casa; y el Arzobispo de
Sevilla favorecía tanto a la Orden, que tuvo creído se le haría gran
servicio; y así se concertó que la priora y monjas que llevaba para
Caravaca, fuese para Sevilla. Yo, aunque siempre había rehusado
mucho hacer monasterio de estos en Andalucía por algunas causas
(que cuando fui a Beas, si entendiera que era provincia de
Andalucía, en ninguna manera fuera, y fue el engaño que la tierra
aún no es del Andalucía, de creo cuatro o cinco leguas adelante
comienza, mas la provincia sí), como vi ser aquélla la determinación
del prelado, luego me rendí (que esta merced me hace nuestro
Señor, de parecerme que en todo aciertan), aunque yo estaba
determinada a otra fundación, y aun tenía algunas causas que
tenía, bien graves, para no ir a Sevilla.
5. Luego se comenzó a aparejar para el camino, porque la calor
entraba mucha, y el padre comisario apostólico, Gracián, se fue al
llamado del Nuncio, y nosotras a Sevilla con mis buenos
compañeros,el Padre Julián de Avila y Antonio Gaytán y un fraile
Descalzo. Ibamos en carros muy cubiertas, que siempre era esta
nuestra manera de caminar; y, entradas en la posada, tomábamos
un aposento, bueno o malo, como le había, y a la puerta tomaba
una hermana lo que habíamos menester, que aun los que iban con
nosotras no entraban allá.
6. Por prisa que nos dimos, llegamos a Sevilla el jueves antes de la
Santísima Trinidad, habiendo pasado grandísimo calor en el
camino; porque, aunque no se caminaba las siestas, yo os digo,
hermanas, que como había dado todo el sol a los carros, que era
entrar en ellos como en un purgatorio. Unas veces con pensar en el
infierno, otras pareciendo se hacía algo y padecía por Dios, iban
aquellas hermanas con gran contento y alegría. Porque seis que
iban conmigo eran tales almas, que me parece me atreviera a ir con
ellas a tierra de turcos, y que tuvieran fortaleza o, por mejor decir,
se la diera nuestro Señor para padecer por El, porque estos eran
sus deseos y pláticas, muy ejercitadas en oración y mortificación,
que como habían de quedar tan lejos, procuré que fuesen de las
que me parecían más a propósito. Y todo fue menester, según se
pasó de trabajos; que algunos, y los mayores, no los diré, porque
podrían tocar en alguna persona.
7. Un día antes de Pascua de Espíritu Santo les dio Dios un trabajo
harto grande, que fue darme a mí una muy recia calentura. Yo creo
que sus clamores a Dios fueron bastantes para que no fuese
adelante el mal; que jamás de tal manera en mi vida me ha dado
calentura que no pase muy más adelante. Fue de tal suerte, que
parecía tenía modorra, según iba enajenada. Ellas a echarme agua
en el rostro, tan caliente del sol, que daba poco refrigerio.
8. No os dejaré de decir la mala posada que hubo para esta
necesidad: fue darnos una camarilla a teja vana; ella no tenía
ventana, y si se abría la puerta, toda se henchía de sol. Habéis de
mirar que no es como el de Castilla por allá, sino muy más
importuno. Hiciéronme echar en una cama, que yo tuviera por mejor
echarme en el suelo; porque era de unas partes tan alta y de otras
tan baja, que no sabía cómo poder estar, porque parecía de piedras
agudas. ¡Qué cosa es la enfermedad!, que con salud todo es fácil
de sufrir. En fin, tuve por mejor levantarme, y que nos fuésemos,
que mejor me parecía sufrir el sol del campo, que no de aquella
camarilla.
9. ¡Qué será de los pobres que están en el infierno, que no se han
de mudar para siempre!, que aunque sea de trabajo a trabajo,
parece es algún alivio. A mí me ha acaecido tener un dolor en una
parte muy recio, y aunque me diese en otra otro tan penoso, me
parece era alivio mudarse; así fue aquí. A mí ninguna pena, que me
acuerde, me daba verme mala; las hermanas lo padecían harto más
que yo. Fue el Señor servido que no duró más de aquel día lo muy
recio.
10. Poco antes, no sé si dos días, nos acaeció otra cosa que nos
puso en un poco de aprieto, pasando por un barco a Guadalquivir:
que al tiempo del pasar los carros no era posible por donde estaba
la maroma, sino que habían de torcer el río, aunque algo ayudaba
la maroma, torciéndola también; mas acertó a que la dejasen los
que la tenían, o no sé cómo fue, que la barca iba sin maroma ni
remos con el carro. El barquero me hacía mucha más lástima verle
tan fatigado, que no el peligro. Nosotras a rezar. Todos voces
grandes.
11. Estaba un caballero mirándonos en un castillo que estaba
cerca, y movido de lástima envió quien ayudase, que aun entonces
no estaba sin maroma y tenían de ella nuestros hermanos,
poniendo todas sus fuerzas; mas la fuerza del agua los llevaba a
todos de manera, que daba con alguno en el suelo. Por cierto que
me puso gran devoción un hijo del barquero, que nunca se me
olvida: paréceme debía haber como diez u once años, que lo que
aquél trabajaba de ver a su padre con pena, me hacía alabar a
nuestro Señor. Mas como Su Majestad da siempre los trabajos con
piedad, así fue aquí; que acertó a detenerse la barca en un arenal,
y estaba hacia una parte el agua poca, y así pudo haber remedio.
Tuviéramosle malo de saber salir al camino, por ser ya noche, si no
nos guiaran quien vino del castillo.
No pensé tratar de estas cosas, que son de poca importancia, que
hubiera dicho hartas de malos sucesos de caminos. He sido
importunada para alargarme más en éste.
12. Harto mayor trabajo fue para mí que los dichos lo que nos
acaeció el postrer día de Pascua de Espíritu Santo. Dímonos
mucha prisa por llegar de mañana a Córdoba para oír misa sin que
nos viese nadie. Guiábannos a una iglesia que está pasada la
puente, por más soledad. Ya que íbamos a pasar, no había licencia
para pasar por allí carros,que la ha de dar el corregidor. De aquí a
que se trajo, pasaron más de dos horas, por no estar levantados, y
mucha gente que se llegaba a procurar saber quién iba ahí. De esto
no se nos daba mucho, porque no podían, que iban muy cubiertos.
Cuando ya vino la licencia, no cabían los carros por la puerta de la
puente; fue menester aserrarlos, o no sé qué, en que se pasó otro
rato. En fin, cuando llegamos a la iglesia, que había de decir misa el
padre Julián de Avila, estaba llena de gente; porque era la vocación
del Espíritu Santo, lo que no habíamos sabido, y había gran fiesta y
sermón.
13. Cuando yo esto vi, diome mucha pena, y, a mi parecer, era
mejor irnos sin oír misa que entrar entre tanta baraúnda. Al padre
Julián de Avila no le pareció; y como era teólogo, hubímonos todas
de llegar a su parecer; que los demás compañeros quizá siguieran
el mío, y fuera más mal acertado, aunque no sé si yo me fiara de
solo mi parecer. Apeámonos cerca de la iglesia, que aunque no nos
podía ver nadie los rostros, porque siempre llevábamos delante de
ellos velos grandes, bastaba vernos con ellos y capas blancas de
sayal, como traemos, y alpargatas, para alterar a todos, y así lo fue.
Aquel sobresalto me debía quitar la calentura del todo; que cierto, lo
fue grande para mí y para todos.
14. Al principio de entrar por la iglesia, se llegó a mí un hombre de
bien a apartar la gente. Yo le rogué mucho nos llevase a alguna
capilla. Hízolo así, y cerróla, y no nos dejó hasta tornarnos a sacar
de la iglesia. Después de pocos días vino a Sevilla y dijo a un padre
de nuestra Orden, que por aquella buena obra que había hecho
pensaba que había Dios héchole merced que le habían proveído de
una gran hacienda, o dado, de que él estaba descuidado.
Yo os digo, hijas, que aunque esto no os parecerá quizá nada, que
fue para mí uno de los malos ratos que he pasado, porque el
alboroto de la gente era como si entraran toros. Así no vi la hora
que salir de allí de aquel lugar; aunque no le había para pasar la
siesta cerca, tuvímosla debajo de una puente.
15. Llegadas a Sevilla a una casa que nos tenía alquilada el padre
fray Mariano, que estaba avisado de ello, yo pensé que estaba todo
hecho; porque -como digo- era mucho lo que favorecía el Arzobispo
a los Descalzos y habíame escrito algunas veces a mí
mostrándome mucho amor. No bastó para dejarme de dar harto
trabajo, porque lo quería Dios así. El es muy enemigo de
monasterios de monjas con pobreza, y tiene razón. Fue el daño, o
por mejor decir, el provecho, para que se hiciese aquella obra;
porque si antes que yo estuviera en el camino se lo dijeran, tengo
por cierto no viniera en ello. Mas teniendo por certísimo el padre
comisario y el padre Mariano (que también fue mi ida de grandísimo
contento para él) que le hacían grandísimo servicio en mi ida, no se
lo dijeron antes; y, como digo, pudiera ser mucho yerro, pensando
que acertaban. Porque en los demás monasterios, lo primero que
yo procuraba era la licencia del Ordinario como manda el santo
Concilio; acá no sólo la teníamos por dada, sino, como digo, por
que se le hacía gran servicio, como a la verdad lo era, y así lo
entendió después; sino que ninguna fundación ha querido el Señor
que se haga sin mucho trabajo mío: unos de una manera, otros de
otra.
16. Pues llegadas a la casa, que, como digo, nos tenían de alquiler,
yo pensé luego tomar la posesión, como lo solía hacer, para que
dijésemos oficio divino; y comenzóme a poner dilaciones el padre
Mariano, que era el que estaba allí, que, por no me dar pena, no me
lo quería decir del todo. Mas no siendo razones bastantes, yo
entendí en qué estaba la dificultad, que era en no dar licencia; y así
me dijo que tuviese por bien que fuese el monasterio de renta, u
otra cosa así, que no me acuerdo. En fin, me dijo que no gustaba
de hacer monasterios de monjas por su licencia, ni desde que era
Arzobispo jamás la había dado para ninguno, que lo había sido
hartos años allí y en Córdoba, y es harto siervo de Dios; en especial
de pobreza, que no la daría.
17. Esto era decir que no se hiciese el monasterio: lo uno, ser en la
ciudad de Sevilla a mí se me hiciera muy de mal, aunque lo pudiera
hacer; porque en las partes que he fundado con renta es en lugares
pequeños, que, o no se ha de hacer, o ha de ser así, porque no hay
cómo se pueda sustentar. Lo otro, porque sola una blanca nos
había sobrado del gasto del camino, sin traer cosa ninguna con
nosotras, sino lo que traíamos vestido y alguna túnica y toca, y lo
que venía para venir cubiertos y bien en los carros; que, para
haberse de tornar los que venían con nosotras se hubo de buscar
prestado: un amigo que tenía allí Antonio Gaytán le prestó de ello, y
para acomodar la casa el Padre Mariano lo buscó; ni casa propia
había. Así que era cosa imposible.
18. Con mucha importunidad debía ser del padre dicho, nos dejó
decir misa para el día de la Santísima Trinidad, que fue la primera, y
envió a decir que ni se tañese campana, ni se pusiese, decía, sino
que estaba ya puesta. Y así estuve más de quince días, que yo sé
de mi determinación que si no fuera por el padre comisario y el
padre Mariano, que yo me tornara con mis monjas, con harta poca
pesadumbre, a Beas, para la fundación de Caravaca. Harta más
tuve aquellos días, que, como tengo mala memoria, no me acuerdo,
mas creo fue más de un mes; porque ya sufríase peor la ida que
luego luego, por publicarse ya el monasterio. Nunca me dejó el
padre Mariano escribirle, sino poco a poco le iba ablandando y con
cartas de Madrid del padre comisario.
19. A mí una cosa me sosegaba para no tener mucho escrúpulo, y
era haberse dicho misa con su licencia, y siempre decíamos en el
coro el oficio divino. No dejaba de enviarme a visitar y a decir me
vería presto, y un criado suyo envió a que dijese la primera misa;
por donde veía yo claro que no parecía servía de más aquello que
de tenerme con pena. Aunque la causa de tenerla yo no era por mí
ni por mis monjas, sino por la que tenía el padre comisario; que,
como él me había mandado ir, estaba con mucha pena y diérasela
grandísima si hubiera algún desmán, y tenía hartas causas para
ello.
20. En este tiempo vinieron también los padres Calzados a saber
por dónde se había fundado. Yo les mostré las patentes que tenía
de nuestro reverendísimo padre General. Ya con esto sosegaron,
que si supieran lo que hacía el Arzobispo, no creo bastara; mas
esto no se entendía, sino todos creían que era muy a su gusto y
contento. Ya fue Dios servido que nos fue a ver. Yo le dije el
agravio que nos hacía. En fin, me dijo que fuese lo que quisiese y
como lo quisiese. Y desde ahí adelante, siempre nos hacía merced
en todo lo que se nos ofrecía, y favor.
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CAPÍTULO 25
Prosíguese en la fundación del glorioso San José de Sevilla, y lo
que se pasó en tener casa propia.
1. Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan caudalosa como
Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de fundar
que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos, que
pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en
aquel lugar. No sé si el mismo clima de la tierra, que he oído
siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar, que se
la debe dar Dios, y en esto me apretaron a mí, que nunca me vi
más pusilánime y cobarde en mi vida que allí me hallé. Yo, cierto, a
mí misma no me conocía. Bien que la confianza que suelo tener en
nuestro Señor no se me quitaba; mas el natural estaba tan diferente
del que yo suelo tener después que ando en estas cosas, que
entendía apartaba en parte el Señor su mano para que él se
quedase en su ser y viese yo que, si había tenido ánimo, no era
mío.
2. Pues habiendo estado allí desde este tiempo que digo hasta
poco antes de cuaresma, que ni había memoria de comprar casa ni
con qué, ni tampoco quien nos fiase como en otras partes (que las
que mucho habían dicho al padre Visitador Apostólico que entrarían
y rogádole llevase allí monjas, después les debía parecer mucho el
rigor y que no lo podían llevar; sola una, que diré adelante, entró),
ya era tiempo de mandarme a mí venir de la Andalucía, porque se
ofrecían otros negocios por acá. A mí dábame grandísima pena
dejar las monjas sin casa, aunque bien veía que yo no hacía nada
allí; porque la merced que Dios me hace por acá de haber quien
ayude a estas obras, allí no la tenía.
3. Fue Dios servido que viniese entonces de las Indias un hermano
mío que había más de treinta y cuatro años que estaba allá,
llamado Lorenzo de Cepeda, que aun tomaba peor que yo en que
las monjas quedasen sin casa propia. El nos ayudó mucho, en
especial en procurar que se tomase en la que ahora están. Ya yo
entonces ponía mucho con nuestro Señor, suplicándole que no me
fuese sin dejarlas casa y hacía a las hermanas se lo pidiesen y al
glorioso San José, y hacíamos muchas procesiones y oración a
nuestra Señora. Y con esto, y con ver a mi hermano determinado a
ayudarnos, comencé a tratar de comprar algunas casas. Ya que
parecía se iba a concertar, todo se deshacía.
4. Estando un día en oración, pidiendo a Dios, pues eran sus
esposas y le tenían tanto deseo de contentar, les diese casa, me
dijo: ya os he oído; déjame a Mí. Yo quedé muy contenta,
pareciéndome la tenía ya, y así fue, y librónos Su Majestad de
comprar una que contentaba a todos por estar en buen puesto, y
era tan vieja y malo lo que tenía, que se compraba sólo el sitio en
poco menos que la que ahora tienen; y estando ya concertada, que
no faltaba sino hacer las escrituras, yo no estaba nada contenta.
Parecíame que no venía esto con la postrera palabra que había
entendido en la oración; porque era aquella palabra, a lo que me
pareció, señal de darnos buena casa; y así fue servido que el
mismo que la vendía, con ganar mucho en ello, puso inconveniente
para hacer las escrituras cuando había quedado; y pudimos, sin
hacer ninguna falta, salirnos del concierto, que fue harta merced de
nuestro Señor. Porque en toda la vida de las que estaban se
acabara de labrar la casa, y tuvieran harto trabajo y poco con qué.
5. Mucha parte fue un siervo de Dios, que casi desde luego que
fuimos allí, como supo que no teníamos misa, cada día nos la iba a
decir, con tener harto lejos su casa y hacer grandísimos soles.
Llámase Garciálvarez, persona muy de bien y tenida en la ciudad
por sus buenas obras, que siempre no entiende en otra cosa; y a
tener él mucho, no nos faltara nada. El, como sabía bien la casa,
parecíale gran desatino dar tanto por ella, y así cada día nos lo
decía, y procuró no se hablase en ella más; y fueron él y mi
hermano a ver en la que ahora están. Vinieron tan aficionados, y
con razón, y nuestro Señor que lo quería, que en dos o tres días se
hicieron las escrituras.
6. No se pasó poco en pasarnos a ella, porque quien la tenía no la
quería dejar, y los frailes franciscos, como estaban junto, vinieron
luego a requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos a ella;
que a no estar hechas con tanta firmeza las escrituras, alabara yo a
Dios que se pudieran deshacer; porque nos vimos a peligro de
pagar seis mil ducados que costaba la casa, sin poder entrar en
ella. Esto no quisiera la priora, sino que alababa a Dios de que no
se pudiesen deshacer; que le daba Su Majestad mucha más fe y
ánimo que a mí en lo que tocaba a aquella casa, y en todo le debe
tener, que es harto mejor que yo.
7. Estuvimos más de un mes con esta pena. Ya fue Dios servido
que nos pasamos la priora y yo y otras dos monjas una noche,
porque no lo entendiesen los frailes hasta tomar la posesión, con
harto miedo. Decían los que iban con nosotras, que cuantas
sombras veían les parecían frailes. En amaneciendo, dijo el buen
Garciálvarez, que iba con nosotros, la primera misa en ella, y así
quedamos sin temor.
8. ¡Oh Jesús!, ¡qué de ellos he pasado al tomar de las posesiones!
Considero yo si yendo a no hacer mal, sino en servicio de Dios, se
siente tanto miedo, ¿qué será de las personas que le van a hacer,
siendo contra Dios y contra el prójimo? No sé qué ganancia pueden
tener ni qué gusto pueden buscar con tal contrapeso.
9. Mi hermano aún no estaba allí, que estaba retraído por cierto
yerro que se hizo en la escritura, como fue tan aprisa, y era en
mucho daño del monasterio y, como era fiador, queríanle prender; y
como era extranjero, diéranos harto trabajo, y aun así nos le dio,
que hasta que dio hacienda en que tomaron seguridad hubo
trabajo. Después se negoció bien, aunque no faltó algún tiempo de
pleito, porque hubiese más trabajo. Estábamos encerradas en unos
cuartos bajos, y él estaba allí todo el día con los oficiales y nos
daba de comer, y aun harto tiempo antes. Porque aun como no se
entendía de todos ser monasterio, por estar en una casa particular,
había poca limosna, si no era de un santo viejo prior de las Cuevas,
que es de los cartujos, grandísimo siervo de Dios. Era de Avila, de
los Pantojas. Púsole Dios tan grande amor con nosotras, que desde
que fuimos, y creo le durará hasta que se le acabe la vida, el
hacernos bien de todas maneras. Porque es razón, hermanas, que
encomendéis a Dios a quien tan bien nos ha ayudado, si leyereis
esto, sean vivos o muertos, lo pongo aquí. A este santo debemos
mucho.
10. Estúvose más de un mes, a lo que creo (que en esto de los días
tengo mala memoria, y así podría errar; siempre entended «poco
más o menos», pues en ello no va nada). Este mes trabajó mi
hermano harto en hacer la iglesia de algunas piezas y en
acomodarlo todo, que no teníamos nosotras que hacer.
11. Después de acabado, yo quisiera no hacer ruido en poner el
Santísimo Sacramento, porque soy muy enemiga de dar
pesadumbre en lo que se puede excusar, y así lo dije al padre
Garciálvarez y él lo trató con el padre prior de las Cuevas, que si
fueran cosas propias suyas, no lo miraran más que las nuestras. Y
parecióles que para que fuese conocido el monasterio en Sevilla, no
se sufría sino ponerse con solemnidad, y fuéronse al Arzobispo.
Entre todos concertaron que se trajese de una parroquia el
Santísimo Sacramento con mucha solemnidad, y mandó el
Arzobispo se juntasen los clérigos y algunas cofradías, y se
aderezasen las calles.
12. El buen Garciálvarez aderezó nuestra claustra, que -como he
dicho- servía entonces de calle, y la iglesia extremadísimamente y
con muy buenos altares e invenciones. Entre ellas tenía una fuente,
que el agua era de azahar, sin procurarlo nosotras ni aun quererlo,
aunque después mucha devoción nos hizo. Y nos consolamos
ordenasen nuestra fiesta con tanta solemnidad y las calles tan
aderezadas y con tanta música y ministriles, que me dijo el santo
prior de las Cuevas que nunca tal había visto en Sevilla, que
conocidamente se vio ser obra de Dios. Fue él en la procesión, que
no lo acostumbraba. El Arzobispo puso el Santísimo Sacramento.
Veis aquí, hijas, las pobres Descalzas honradas de todos; que no
parecía, aquel tiempo antes, que había de haber agua para ellas,
aunque hay harto en aquel río. La gente que vino fue cosa
excesiva.
13. Acaeció una cosa de notar, a dicho de todos los que la vieron:
como hubo tantos tiros de artillería y cohetes, después de acabada
la procesión, que era casi noche, antojóseles de tirar más, y no sé
cómo se prende un poco de pólvora, que tienen a gran maravilla no
matar al que lo tenía. Subió gran llama hasta lo alto de la clausura,
que tenían los arcos cubiertos con unos tafetanes, que pensaron se
habían hecho polvo, y no les hizo daño poco ni mucho, con ser
amarillos y de carmesí. Y lo que digo que es de espantar, es que la
piedra que estaba en los arcos, debajo del tafetán, quedó negra del
humo, y el tafetán, que estaba encima, sin ninguna cosa más que si
no hubiera llegado allí el fuego.
14. Todos se espantaron cuando lo vieron. Las monjas alabaron al
Señor por no tener que pagar otros tafetanes. El demonio debía
estar tan enojado de la solemnidad que se había hecho y ver ya
otra casa de Dios, que se quiso vengar en algo y Su Majestad no le
dio lugar. Sea bendito por siempre jamás, amén.
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CAPÍTULO 26
Prosigue en la misma fundación del monasterio de San José de la
ciudad de Sevilla. Trata algunas cosas de la primera monja que
entró en él, que son harto de notar.
1. Bien podéis considerar, hijas mías, el consuelo que teníamos
aquel día. De mí os sé decir que fue muy grande. En especial me le
dio ver que dejaba a las hermanas en casa tan buena y en buen
puesto, y conocido el monasterio, y en casa monjas que tenían para
pagar la más parte de la casa; de manera que con las que faltaban
del número, por poco que trajesen, podían quedar sin deuda. Y,
sobre todo, me dio alegría haber gozado de los trabajos, y cuando
había de tener algún descanso, me iba, porque esta fiesta fue el
domingo antes de Pascua del Espíritu Santo, año 1576, y luego el
lunes siguiente me partí yo, porque la calor entraba grande y por si
pudiese ser no caminar la Pascua y tenerla en Malagón, que bien
quisiera poderme detener algún día, y por esto me había dado harta
prisa.
2. No fue el Señor servido que siquiera oyese un día misa en la
iglesia. Harto se les aguó el contento a las monjas con mi partida,
que sintieron mucho, como habíamos estado aquel año juntas y
pasado tantos trabajos, que -como he dicho- los más graves no
pongo aquí; que, a lo que me parece, dejada la primera fundación
de Avila -que aquí no hay comparación-, ninguna me ha costado
tanto como ésta, por ser trabajos, los más, interiores. Plega a la
divina Majestad que sea siempre servido en ella, que, con esto, es
todo poco, como yo espero que será. Que comenzó Su Majestad a
traer buenas almas a aquella casa, que las que quedaron de las
que llevé conmigo, que fueron cinco, ya os he dicho cuán buenas
eran algo de lo que se puede decir, que lo menos es. De la primera
que aquí entró quiero tratar, por ser cosa que os dará gusto.
3. Es una doncella, hija de padres muy cristianos, montañés el
padre. Esta, siendo de muy pequeña edad, como de siete años,
pidióla a su madre una tía suya para tenerla consigo, que no tenía
hijos. Llevada a su casa, como la debía regalar y mostrar el amor
que era razón, ellas debían tener esperanza que les había de dar
su hacienda, antes que la niña fuese a su casa; y estaba claro que,
tomándola amor, lo había de querer más para ella. Acordaron quitar
aquella ocasión con un hecho del demonio, que fue levantar a la
niña que quería matar a su tía y que para esto había dado a la una
no sé qué maravedís que la trajese de solimán. Dicho a la tía, como
todas tres decían una cosa, luego las creyó, y la madre de la niña
también, que es una mujer harto virtuosa.
4. Toma la niña y llévala a su casa, pareciéndole se criaba en ella
una muy mala mujer. Díceme la Beatriz de la Madre de Dios, que
así se llama, que pasó más de un año que cada día la azotaba y
atormentaba y hacíala dormir en el suelo, porque le había de decir
tan gran mal. Como la muchacha decía que no lo había hecho ni
sabía qué cosa era solimán, parecióle muy peor, viendo que tenía
ánimo para encubrirlo. Afligíase la pobre madre de verla tan recia
en encubrirlo, pareciéndole nunca se había de enmendar. Harto fue
no se lo levantar la muchacha para librarse de tanto tormento; mas
Dios la tuvo, como era inocente, para decir siempre verdad. Y como
Su Majestad torna por los que están sin culpa, dio tan gran mal a
las dos de aquellas mujeres, que parecía tenían rabia, y
secretamente enviaron por la niña, la tía, y la pidieron perdón, y
viéndose a punto de muerte, se desdijeron; y la otra hizo otro tanto,
que murió de parto. En fin, todas tres murieron con tormento en
pago del que habían hecho pasar a aquella inocente.
5. Esto no lo sé de sola ella, que su madre, fatigada, después que
la vio monja, de los malos tratamientos que la había hecho, me lo
contó con otras cosas, que fueron hartos sus martirios; y no
teniendo su madre más y siendo harto buena cristiana, permitía
Dios que ella fuese el verdugo de su hija, queriéndola muy mucho.
Es mujer de mucha verdad y cristiandad.
6. Habiendo la niña como poco más de doce años, leyendo en un
libro que trata de la vida de Santa Ana, tomó gran devoción con los
santos del Monte Carmelo, que dice allí que su madre de Santa Ana
que iba a tratar con ellos muchas veces (creo se llama Merenciana),
y de aquí fue tanta la devoción que tomó con esta Orden de
Nuestra Señora, que luego prometió ser monja de ella, y castidad.
Tenía muchos ratos de soledad, cuando ella podía, y oración. En
ésta le hacía Dios grandes mercedes, y nuestra Señora, y muy
particulares. Ella quisiera luego ser monja. No osaba por sus
padres, ni tampoco sabía adónde hallar esta Orden, que fue cosa
para notar, que con haber en Sevilla monasterio de ella de la Regla
mitigada, jamás vino a su noticia, hasta que supo de estos
monasterios, que fue después de muchos años.
7. Como ella llegó a edad para poderla casar, concertaron sus
padres con quién casarla, siendo harto muchacha; mas como no
tenían más de aquella, que aunque tuvo otros hermanos
muriéronse todos, y ésta, que era la menos querida, les quedó (que
cuando le acaeció lo que he dicho, un hermano tenía, que éste
tornaba por ella, diciendo no lo creyesen), muy concertado ya el
casamiento, pensando ella no hiciera otra cosa, cuando se lo
vinieron a decir dijo el voto que tenía hecho de no se casar, que por
ningún arte, aunque la matasen, no lo haría.
8. El demonio que los cegaba, o Dios que lo permitía para que ésta
fuese mártir (que ellos pensaron que tenía hecho algún mal recaudo
y por eso no se quería casar), como ya habían dado la palabra, ver
afrentado al otro, diéronla tantos azotes, hicieron en ella tantas
justicias, hasta quererla colgar, que la ahogaban, que fue ventura
no la matar. Dios que la quería para más, le dio la vida. Díceme ella
a mí que ya a la postre casi ninguna cosa sentía, porque se
acordaba de lo que había padecido santa Inés, que se lo trajo el
Señor a la memoria, y que se holgaba de padecer algo por El, y no
hacía sino ofrecérselo. Pensaron que muriera, que tres meses
estuvo en la cama que no se podía menear.
9. Parece cosa muy para notar una doncella que no se quitaba de
cabe su madre, con un padre harto recatado, según yo supe, cómo
podían pensar de ella tanto mal; porque siempre fue santa y
honesta y tan limosnera, que cuanto ella podía alcanzar era para
dar limosna. A quien nuestro Señor quiere hacer mercedes de que
padezca, tiene muchos medios, aunque desde algunos años les fue
descubriendo la virtud de su hija, de manera que cuanto quería dar
limosna la daban, y las persecuciones se tornaron en regalos;
aunque con la gana que ella tenía de ser monja, todo se le hacía
trabajoso, y así andaba harto desabrida y penada, según me
contaba.
10 Acaeció trece o catorce años antes que el Padre Gracián fuese a
Sevilla (que no había memoria de Descalzos Carmelitas), estando
ella con su padre y con su madre y otras dos vecinas, entró un fraile
de nuestra Orden vestido de sayal, como ahora andan, descalzo.
Dicen que tenía un rostro fresco y venerable, aunque tan viejo que
parecía la barba como hilos de plata, y era larga, y púsose cabe ella
y comenzóla a hablar un poco en lengua que ni ella ni ninguno lo
entendió; y acabado de hablar, santiguóla tres veces, diciéndole:
«Beatriz, Dios te haga fuerte», y fuése. Todos no se meneaban
mientras estuvo allí, sino como espantados. El padre la preguntó
que quién era. Ella pensó que él le conocía. Levantáronse muy
presto para buscarle y no pareció más. Ella quedó muy consolada,
y todos espantados, que vieron era cosa de Dios, y así ya la tenían
en mucho, como está dicho. Pasaron todos estos años que creo
fueron catorce, después de esto, sirviendo ella siempre a nuestro
Señor, pidiéndole que cumpliese su deseo.
11. Estaba harto fatigada, cuando fue allá el padre maestro fray
Jerónimo Gracián. Yendo un día a oír un sermón en una iglesia de
Triana, adonde su padre vivía, sin saber ella quién predicaba, que
era el padre maestro Gracián, viole salir a tomar la bendición. Como
ella le vio el hábito, y descalzo, luego se le representó el que ella
había visto, que era así el hábito, aunque el rostro y edad era
diferente, que no había el padre Gracián aún treinta años. Díceme
ella que, de grandísimo contento, se quedó como desmayada; que
aunque había oído que habían allí hecho monasterio en Triana, no
entendía era de ellos. Desde aquel día fue luego a procurar
confesarse con el padre Gracián, y aun esto quiso Dios que le
costase mucho, que fue más, o al menos tantas, doce veces, que
nunca la quiso confesar. Como era moza y de buen parecer, que no
debía haber entonces veinte y siete años, él apartábase de
comunicar con personas semejantes, que es muy recatado.
12. Ya un día, estando ella llorando en la iglesia, que también era
muy encogida, díjole una mujer, que qué había. Ella le dijo que
había tanto que procuraba hablar a aquel padre y que no tenía
remedio, que estaba a la sazón confesando. Ella llevóla allá y
rogóle que oyese a aquella doncella, y así se vino a confesar
generalmente con él. El, como vio alma tan rica, consolóse mucho y
consolóla con decirla que podría ser fuesen monjas Descalzas, y
que él haría que la tomasen luego. Y así fue, que lo primero que me
mandó fue que fuese ella la primera que recibiese, porque él estaba
satisfecho de su alma, y así se le dijo a ella cuando íbamos. Puso
mucho en que no lo supiesen sus padres, porque no tuviera
remedio de entrar. Y así, el mismo día de la Santísima Trinidad deja
unas mujeres que iban con ella (que para confesarse no iba su
madre, que era lejos el monasterio de los Descalzos, adonde
siempre se confesaba y hacía mucha limosna y sus padres por
ella); tenía concertado con una muy sierva de Dios que la llevase y
dice a las mujeres que iban con ella (que era muy conocida aquella
mujer por sierva de Dios en Sevilla, que hace grandes obras), que
luego vendría; y así la dejaron. Toma su hábito y manto de jerga,
que yo no sé cómo se pudo menear, sino con el contento que
llevaba todo se le hizo poco. Sólo temía si la habían de estorbar y
conocer cómo iba cargada, que era muy fuera de como ella andaba.
¡Qué hace el amor de Dios!, ¡cómo ya ni tenía honra, ni se
acordaba sino de que no impidiesen su deseo! Luego la abrimos la
puerta. Yo lo envié a decir a su madre. Ella vino como fuera de sí;
mas dijo que ya veía la merced que hacía Dios a su hija; y, aunque
con fatiga, lo pasó, no con extremos de no hablarla como otras
hacen, antes en un ser nos hacía grandes limosnas.
13. Comenzó a gozar de su contento tan deseado la esposa de
Jesucristo, tan humilde y amiga de hacer cuanto había, que
teníamos harto que hacer en quitarle la escoba. Estando en su casa
tan regalada, todo su descanso era trabajar. Con el contento
grande, fue mucho lo que luego engordó. Esto se le dio a sus
padres de manera, que ya se holgaban de verla allí.
14. Al tiempo que hubo de profesar, dos o tres meses antes, porque
no gozase tanto bien sin padecer, tuvo grandísimas tentaciones; no
porque ella se determinase a no la hacer, mas parecíale cosa muy
recia. Olvidados todos los años que había padecido por el bien que
tenía, la traía el demonio tan atormentada, que no se podía valer.
Con todo, haciéndose grandísima fuerza, le venció, de manera que
en mitad de los tormentos concertó su profesión. Nuestro Señor,
que no debía de aguardar a más de probar su fortaleza, tres días
antes de la profesión la visitó y consoló muy particularmente e hizo
huir el demonio. Quedó tan consolada, que parecía aquellos tres
días que estaba fuera de sí de contenta, y con mucha razón, porque
la merced había sido grande.
15. Desde a pocos días que entró en el monasterio, murió su padre,
y su madre tomó el hábito en el mismo monasterio, y le dio todo lo
que tenía en limosna, y está con grandísimo contento madre e hija,
y edificación de todas las monjas, sirviendo a quien tan gran
merced las hizo.
16. Aun no pasó un año, cuando se vino otra doncella harto sin
voluntad de sus padres, y así va el Señor poblando esta su casa de
almas tan deseosas de servirle, que ningún rigor se les pone
delante, ni encerramiento. Sea por siempre jamás bendito, y
alabado por siempre jamás, amén.
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CAPÍTULO 27
En que trata de la fundación de la villa de Caravaca. - Púsose el
Santísimo Sacramento, día de año nuevo del mismo año de 1576. -
Es la vocación del glorioso San José.
1. Estando en San José de Avila para partirme a la fundación que
queda dicha de Beas, que no faltaba sino aderezar en lo que
habíamos de ir, llega un mensajero propio, que le enviaba una
señora de allí, llamada doña Catalina, porque se habían ido a su
casa -desde un sermón que oyeron a un padre de la Compañía de
Jesús- tres doncellas con determinación de no salir hasta que se
fundase un monasterio en el mismo lugar. Debía ser cosa que
tenían tratada con esta señora, que es la que les ayudó para la
fundación. Eran de los más principales caballeros de aquella villa.
La una tenía padre, llamado Rodrigo de Moya, muy gran siervo de
Dios y de mucha prudencia. Entre todas tenían bien para pretender
semejante obra. Tenían noticia de ésta que ha hecho nuestro Señor
en fundar estos monasterios, que se la habían dado de la
Compañía de Jesús, que siempre han favorecido y ayudado a ella.
2. Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas, y que de tan
lejos iban a buscar la Orden de nuestra Señora, hízome devoción y
púsome deseo de ayudar a su buen intento. Informada que era
cerca de Beas, llevé más compañía de monjas de la que llevaba -
porque, según las cartas, me pareció no se dejaría de concertar-,
con intento de, en acabando la fundación de Beas, ir allá. Mas
como el Señor tenía determinado otra cosa, aprovecharon poco mis
trazas, como queda dicho en la fundación de Sevilla; que trajeron la
licencia del Consejo de las Ordenes de manera que, aunque ya
estaba determinada a ir, se dejó.
3. Verdad es que, como yo me informé en Beas de adónde era y vi
ser tan a trasmano y de allí allá tan mal camino, que habían de
pasar trabajo los que fuesen a visitar las monjas, y que a los
prelados se les haría de mal, tenía bien poca gana de ir a fundarle.
Mas porque había dado buenas esperanzas, pedí al padre Julián de
Avila y a Antonio Gaytán fuesen allá para ver qué cosa era, y si les
pareciesen, lo deshiciesen. Hallaron el negocio muy tibio, no de
parte de las que habían de ser monjas, sino de la doña Catalina,
que era el todo del negocio, y las tenía en un cuarto por sí, ya como
cosa de recogimiento.
4. Las monjas estaban tan firmes, en especial las dos, digo las que
lo habían de ser, que supieron tan bien granjear al padre Julián de
Avila y Antonio Gaytán, que antes que se vinieron dejaron hechas
las escrituras, y se vinieron dejándolas muy contentas; y ellos lo
vinieron tanto de ellas y de la tierra, que no acababan de decirlo,
también como del mal camino. Yo, como lo vi ya concertado y que
la licencia tardaba, torné a enviar allá al buen Antonio Gaytán, que
por amor de mí todo el trabajo pasaba de buena gana, y ellos
tenían afición a que la fundación se hiciese. Porque, a la verdad, se
les puede a ellos agradecer esta fundación, porque si no fueran allá
y lo concertaran, yo pusiera poco en ella.
5. Dile que fuese para que pusiese torno y redes, adonde se había
de tomar la posesión y estar las monjas hasta buscar casa a
propósito. Así estuvo allá muchos días, que en la de Rodrigo de
Moya, que -como he dicho- era padre de la una de estas doncellas,
les dio parte de su casa muy de buena gana. Estuvo allá muchos
días haciendo esto.
6. Cuando trajeron la licencia y yo estaba ya para partirme allá,
supe que venía en ella que fuese la casa sujeta a los
Comendadores y las monjas les diesen la obediencia, lo que yo no
podía hacer, por ser la Orden de nuestra Señora del Carmen. Y así
tornaron de nuevo a pedir la licencia, que en ésta y la de Beas no
hubiera remedio. Mas hízome tanta merced el Rey, que en
escribiéndole yo, mandó que se diese, que es al presente Don
Felipe, tan amigo de favorecer los religiosos que entienden que
guardan su profesión, que, como hubiese sabido la manera del
proceder de estos monasterios, y ser de la primera Regla, en todo
nos ha favorecido. Y así, hijas, os ruego yo mucho, que siempre se
haga particular oración por Su Majestad, como ahora la hacemos.
7. Pues como se hubo de tornar por la licencia, partíme yo para
Sevilla, por mandado del Padre Provincial, que era entonces y es
ahora, el maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios -como
queda dicho- y estuviéronse las pobres doncellas encerradas hasta
el día de año nuevo adelante; y cuando ellas enviaron a Avila era
por febrero. La licencia luego se trajo con brevedad. Mas como yo
estaba tan lejos y con tantos trabajos, no podía remediarlas, y
habíales harta lástima, porque me escribían muchas veces con
mucha pena, y así ya no se sufría detenerlas más.
8. Como ir yo era imposible, así por estar tan lejos, como por no
estar acabada aquella fundación, acordó el padre maestro fray
Jerónimo Gracián, que era Visitador Apostólico -como está dicho-,
que fuesen las monjas que allí habían de fundar, aunque no fuese
yo, que se habían quedado en San José de Malagón. Procuré que
fuese priora de quien yo confiaba lo haría muy bien, porque es harto
mejor que yo. Y llevando todo recaudo, se partieron con dos padres
Descalzos de los nuestros, que ya el padre Julián de Avila y Antonio
Gaytán había días que se habían tornado a sus tierras; y por ser tan
lejos no quise viniesen, y tan mal tiempo, que era en fin de
diciembre.
9. Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento del pueblo, en
especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio,
poniendo el Santísimo Sacramento día del Nombre de Jesús, añode
1576. Luego tomaron las dos hábito. La otra tenía mucho humor de
melancolía, y debíale de hacer mal estar encerrada, cuánto más
tanta estrechura y penitencia. Acordó de tornarse a su casa con una
hermana suya.
10. Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la obligación que tenemos
de servirle las que nos ha dejado perseverar hasta hacer profesión
y quedar para siempre en la casa de Dios y por hijas de la Virgen,
que se aprovechó Su Majestad de la voluntad de esta doncella y de
su hacienda para hacer este monasterio, y al tiempo que había de
gozar de lo que tanto había deseado, faltóle la fortaleza y sujetóla el
humor, a quien muchas veces, hijas, echamos la culpa de nuestras
imperfecciones y mudanzas.
11. Plega a Su Majestad que nos dé abundantemente su gracia,
que con esto no habrá cosa que nos ataje los pasos para ir siempre
adelante en su servicio, y que a todas nos ampare y favorezca para
que no se pierda por nuestra flaqueza un tan gran principio como ha
sido servido que comience en unas mujeres tan miserables como
nosotras. En su nombre os pido, hermanas e hijas mías, que
siempre lo pidáis a nuestro Señor, y que cada una haga cuenta de
las que vinieren que en ella torna a comenzar esta primera Regla
de la Orden de la Virgen nuestra Señora, y en ninguna manera se
consienta en nada relajación. Mirad que de muy pocas cosas se
abre puerta para muy grandes, y que sin sentirlo se os irá entrando
el mundo. Acordaos con la pobreza y trabajo que se ha hecho lo
que vosotras gozáis con descanso; y si bien lo advertís, veréis que
estas casas en parte no las han fundado hombres las más de ellas,
sino la mano poderosa de Dios, y que es muy amigo Su Majestad
de llevar adelante las obras que El hace, si no queda por nosotras.
¿De dónde pensáis que tuviera poder una mujercilla como yo para
tan grandes obras, sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada
me favoreciese? Que este mi hermano, que ayudó en la fundación
de Sevilla, que tenía algo y ánimo y buen alma para ayudar algo,
estaba en las Indias.
12. Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios. Pues no sería por ser
de sangre ilustre el hacerme honra. De todas cuantas maneras lo
queráis mirar, entenderéis ser obra suya. No es razón que nosotras
la disminuyamos en nada, aunque nos costase la vida y la honra y
el descanso; cuánto más que todo lo tenemos aquí junto. Porque
vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los
sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria alegría que ahora
todas traéis y esta prosperidad, que no puede ser mayor que no
temer la pobreza, antes desearla. ¿Pues a qué se puede comparar
la paz interior y exterior con que siempre andáis? En vuestra mano
está vivir y morir con ella, como veis que mueren las que hemos
visto morir en estas casas. Porque, si siempre pedís a Dios lo lleve
adelante y no fiáis nada de vosotras, no os negará su misericordia;
si tenéis confianza en El y ánimos animosos -que es muy amigo Su
Majestad de esto-, no hayáis miedo que os falte nada. Nunca dejéis
de recibir las que vinieren a querer ser monjas (como os contenten
sus deseos y talentos, y que no sea por sólo remediarse, sino por
servir a Dios con más perfección), porque no tenga bienes de
fortuna, si los tiene de virtudes; que por otra parte remediará Dios lo
que por ésta os habíais de remediar, con el doblo.
13. Gran experiencia tengo de ello. Bien sabe Su Majestad que -a
cuanto me puedo acordar- jamás he dejado de recibir ninguna por
esta falta, como me contentase lo demás. Testigos son las muchas
que están recibidas sólo por Dios, como vosotras sabéis. Y
puédoos certificar que no me daba tan gran contento cuando recibía
la que traía mucho, como las que tomaba sólo por Dios; antes las
había miedo, y las pobres me dilataban el espíritu y daba un gozo
tan grande, que me hacía llorar de alegría. Esto es verdad.
14. Pues si cuando estaban las casas por comprar y por hacer, nos
ha ido tan bien con esto, después de tener adónde vivir ¿por qué no
se ha de hacer? Creedme, hijas, que por donde pensáis acrecentar,
perderéis. Cuando la que viene lo tuviere, no teniendo otras
obligaciones, como lo ha de dar a otros que no lo han por ventura
menester, bien es os lo dé en limosna; que yo confieso que me
pareciera desamor, si esto no hicieran. Mas siempre tened delante
a que la que entrare haga de lo que tuviere conforme a lo que le
aconsejaren letrados, que es más servicio de Dios; porque harto
mal sería que pretendiésemos bien de ninguna que entra, sino
yendo por este fin. Mucho más ganamos en que ella haga lo que
debe a Dios -digo, con más perfección-, que en cuanto puede traer,
pues no pretendemos todas otra cosa, ni Dios nos dé tal lugar, sino
que sea Su Majestad servido en todo y por todo.
15. Y aunque yo soy miserable y ruin, para honra y gloria suya lo
digo, y para que os holguéis de cómo se han fundado estas casas
suyas. Que nunca en negocio de ellas, ni en cosa que se me
ofreciese para esto, si pensara no salir con ninguna si no era
torciendo en algo este intento, en ninguna manera hiciera cosa, ni la
he hecho -digo en estas fundaciones- que yo entendiese torcía de
la voluntad del Señor un punto, conforme a lo que me aconsejaban
mis confesores (que siempre han sido, después que ando en esto,
grandes letrados y siervos de Dios, como sabéis), ni -que me
acuerde- llegó jamás a mi pensamiento otra cosa.
16. Quizá me engaño y habré hecho muchas que no entienda, e
imperfecciones serán sin cuento. Esto sabe nuestro Señor, que es
verdadero juez -a cuanto yo he podido entender de mí, digo- y
también veo muy bien que no venía esto de mí, sino de querer Dios
se hiciese esta obra, y como cosa suya me favorecía y hacía esta
merced. Que para este propósito lo digo, hijas mías, de que
entendáis estar más obligadas y sepáis que no se han hecho con
agraviar a ninguno hasta ahora. Bendito sea el que todo lo ha
hecho, y despertado la caridad de las personas que nos han
ayudado. Plega a Su Majestad que siempre nos ampare y dé
gracia, para que no seamos ingratas a tantas mercedes, amén.
17. Ya habéis visto, hijas, que se han pasado algunos trabajos,
aunque creo son los menos los que he escrito; porque si se
hubieran de decir por menudo, era gran cansancio, así de los
caminos, con aguas y nieves y con perderlos, y sobre todo muchas
veces con tan poca salud, que alguna me acaeció -no sé si lo he
dicho- que era en la primera jornada que salimos de Malagón para
Beas, que iba con calentura y tantos males juntos, que me acaeció,
mirando lo que tenía por andar y viéndome así, acordarme de
nuestro Padre Elías, cuando iba huyendo de Jezabel y decir:
«Señor, ¿cómo tengo yo de poder sufrir esto? ¡Miradlo Vos!»
Verdad es que, como Su Majestad me vio tan flaca, repentinamente
me quitó la calentura y el mal; tanto, que hasta después que he
caído en ello, pensé que era porque había entrado allí un siervo de
Dios, un clérigo, y quizá sería ello; al menos fue repentinamente
quitarme el mal exterior e interior. En teniendo salud, con alegría
pasaba los trabajos corporales.
Ése es el título del libro que descubrí en la Feria del libro antiguo de este año, en Córdoba: "Las conquistas de Fernando III en Andalucía".
Su autor, Julio González, y se trata de una edición facsímil del libro publicado en Madrid en 1946, por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Como tengo todavía la duda de la fecha exacta en que Beas fue conquistada, compré el libro y me lo leí en las dos tardes siguientes. Conclusión: no se menciona la toma de Beas, sólo se habla de la conquista de los pueblos de la misma zona: Iznatoraf, Villanueva, Villacarrillo... Supongo que Fernando III el Santo conquistó Beas en la misma fecha de 1235, entre mayo y agosto. Debió ser, por tanto, un año antes que la toma de Córdoba, que terminó el 29 de junio de 1236.
Dejo la fotocopia de las páginas que hacen referencia a la conquista de esta zona de Jaén.
No me había dado por mirar, pero hoy casualmente he ido a dar con la página que hace publicidad de los DVD que contienen la serie de la TV andaluza "Andalucía es de cine".
Ésta es la foto que incorporan de Beas.
También dan una breve información sobre el pueblo. Está en http://www.andaluciaesdecine.com/
PUES SÍ. YA ME LO HABÍA ANUNCIADO MI QUERIDO AMIGO
Y CORRESPONSAL EN BEAS, PEPE:
"¡EN BEAS SE VA A RODAR UNA PELÍCULA!"
POR SUPUESTO QUE NOS LO TOMAMOS A COÑA.
PUES RESULTA QUE SÍ, QUE ERA VERDAD.
AL PARECER ACABA DE COMENZAR EL RODAJE.
LA PELÍCULA SE VA A LLAMAR
“LA REBELION DE LAS ONDAS”,
y estará escrita y dirigida por Adolfo Quibus
PARA ALGO MÁS DE INFORMACIÓN,
VISITA LA PÁGINA
Beas de Segura figura en el Libro de los Récords Guiness por un árbol. ¿Qué podía ser sino un olivo?
Se trata del olivo de Fuentebuena. Ésta es una foto de dicho ejemplar, tomada de http://www.celtiberia.net .
Además, Beas debería figurar también como el municipio que más olivos tiene por metro cuadrado del mundo.
EL OTRO GRAN PUNTO DE CONTACTO OCURRIÓ SIGLOS DESPUÉS DE LA TOMA DE BEAS Y CÓRDOBA, EN EL XVI. DOS REFORMADORES DE LA ORDEN CARMELITA, ESCRITORES Y, LUEGO, SANTOS PASARON PRIMERO POR BEAS Y DESPUÉS POR CÓRDOBA. CURIOSAMENTE, HUBO ALGÚN OTRO CONTACTO, COMO SE PUEDE LEER EN EL PRIMERO DE LOS TEXTOS QUE TRANSCRIBO A CONTINUACIÓN.
RESPECTO AL PASO DE SANTA TERESA Y SAN JUAN POR BEAS, EN ARTÍCULOS ANTERIORES SOBRE LA HISTORIA DE BEAS, EN ESTE MISMO BLOG, SE HA DADO YA BASTANTE INFORMACIÓN, AHORA VEAMOS LO QUE SE CUENTA EN EL LIBRO DE MIGUEL ÁNGEL ORTI BELMONTE TITULADO “CÓRDOBA MONUMENTAL ARTÍSTICA E HISTÓRICA”, pg. 392...
"EL CONVENTO DE SANTA ANA
Es el convento de Santa Ana, relicario que guarda el misticismo del más místico y de uno de los más santos de nuestros santos: San Juan de la Cruz.
Muerta Santa Teresa en 1582, el continuador de la reforma de la descalsez, fue San Juan de la Cruz, que funda el de las religiosas de Granada, Málaga, Sabiote, Córdoba y Madrid, durante su vicariato.
El Deán de Córdoba, don Luis de Córdoba y su Coadjutor y hermano don Fadrique, solicitaron que se fundase en Córdoba un convento de Carmelitas descalzas. Apoyó la petición el obispo don Francisco Pacheco y dio para ello una ermita que habia bajo la advocación de Santa Ana y contigua a unas casas del marqués del Carpio, quien las cedió y luego las vendió, reservándose la propiedad de un venero de agua de donde partía una conducción a la casa de los Páez y a su casa solariega de la calle de las Cabezas. En 1589 tomaba posesión de las casas del marqués y el 6 de julio el obispo Pacheco llevó solemnemente el Santísimo Sacramento en procesión a la ermita de Santa Ana, que sirvió de iglesia hasta que se edificó la actual. Las monjas que habían venido a la fundación eran María de Jesús, de la que Santa Teresa habla en su Libro de Fundaciones y que fue la primera priora; Leonor de San Gabriel, que profesó en Malagón. La Santa la llevó a Sevilla, donde fue su enfermera y a la que profesó gran cariño. Vino a Córdoba con el cargo de Sub-priora y luego volvió a Sevilla. Magdalena del Espíritu Santo, natural de Belmonte, procedía del convento de Béas. Fue muy santa y nos ha dejado noticias interesantes acerca de la vida y escritos de San Juan de la Cruz. Estas madres, con Bernardina de San Francisco y María de San Pablo, del convento de Béas, María de la Visitación y Juana de San Gabriel, fueron las siete monjas fundadoras del convento de Santa Ana."
EN OTRO LUGAR DEL MISMO LIBRO:
"EL CONVENTO DE SAN JOSÉ, VULGARMENTE CONOCIDO POR EL DE SAN CAYETANO, DE LOS PADRES CARMELITAS DESCALZOS
Al final de la cuesta llamada de San Cayetano, se levanta la iglesia y convento de San José, de los Carmelitas Descalzos. Tenía la Orden un convento en la calle del Buen Pastor, fundado por San Juan de la Cruz, bajo la advocación de San Roque. Surgieron divergencias en la Orden por el lugar del emplazamiento en la ciudad, y triunfó el propósito de buscar para el convento un lugar solitario, lejos del mundanal ruido, que tuviera huerta, lugar para la oración y meditación con la sierra en lontananza. En 1613 solicitaron del Municipio terreno en el ejido de la ciudad, cerca de la puerta de Colodro, que era entonces un lugar casi despoblado.
El Concejo, presidido por el Corregidor don Juan de Guzmán, caballero de la Orden de Santiago, les concedió el sitio elegido. Rápidamente empezaron los trabajos; compraron el 21 de octubre de 1613 una casa en 80 ducados y otras tres en 180, 245 y 400 ducados, respectivamente, las cuales habilitaron como albergue provisional, pues el día de San José de 1614 se hizo el traslado del convento de San Roque al que se iba a construir bajo la advocación de San José. Ya tenía la Orden huerta y terreno para el nuevo convento. Vivía entonces en Córdoba una señora muy caritativa y religiosa, Doña Beatriz de Haro y Portocarrero, de la ilustre casa de los Méndez de Sotomayor, señores del Carpio; era viuda de don Pedro Venegas, señor de Luque. Sin hijos y rica, su religiosidad y cariño por los Carmelitas Descalzos le hizo levantar el convento de San Juan Bautista, llamado el Desierto, en la Alhondiguilla, en Santa María de Trassierra. Por insalubre lo abandonaron los Padres Descalzos. El Prelado nombró Patrona del nuevo convento de San José a Doña Beatriz, trasladando al mismo los aniversarios, memorias y obras pías; Doña Beatriz fundó otros nuevos aniversarios y censos sobre fincas y heredades de su propiedad. Murió esta señora en 1618; en su testamento dispuso que sus armas se pusieran en sitio visible y nombraba patrono, por no tener hijos, al segundón de su casa, don García de Haro, que fue luego conde de Castrillo; y si éste moría sin sucesión, pasaría el patronato a la casa del Carpio.
Las obras del nuevo convento empezaron y duraron hasta el 1656. En 1647, bajo el gobierno del Prior Pedro de la Epifanía, se habían terminado los muros de la iglesia, la capilla mayor y la bóveda. El día de Santa Teresa del 1656, tuvieron lugar los solemnes actos religiosos de la bendición del nuevo templo y convento."
Por razones personales y profesionales he necesitado buscar información sobre determinados temas, especialmente el de dos de los grandes escritores y místicos del siglo XVI, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Me he encontrado con la grata sorpresa de que entre Córdoba y Beas, mis ciudades de adopción y de nacimiento respectivamente, hay bastantes puntos de contacto. Y me refiero a hechos y personajes muy importantes en la historia de España. Además de los mencionados escritores, también Fernando III el Santo vinculó las dos localidades al lograr la reconquista de ambas y en fechas muy próximas.
Incluyo en este artículo la biografía fechada del Rey Fernando III y dejaré para más adelante a los dos autores santos. El texto que sigue está tomado, con muy leves modificaciones, de http://www.castillosdejirm.com/fernandoIII.htm
"Fernando III el Santo
1198. Nace en un lugar de Zamora donde posteriormente se alzaría el Monasterio de Valparaíso.
Hijo del rey leonés Alfonso IX y doña Berenguela, hija ésta del rey castellano Alfonso VIII.
Sus posibilidades de reinar son prácticamente nulas (tiene un hermano mayor también llamado Fernando (que fallece en 1211) tanto en Castilla donde Enrique I es el sucesor de Alfonso VIII, como en León donde Alfonso IX se siente más inclinado a dejar el trono a una de sus hijas nacidas de su anterior matrimonio con Teresa de Portugal.
1202. Inocencio III declara nulo aquel matrimonio, pues Berenguela es sobrina de Alfonso IX, y sin embargo legitima el hijo de éstos. Por éste motivo, marcha a Burgos donde vivirá con su madre.
1208. A los diez años peligra su vida. No puede dormir ni comer.
Berenguela coge al niño en sus brazos, llega al Monasterio de Oña. Reza, llora durante una noche entera ante la imagen de la Virgen "y el menino empieza a domir e despois que foi esparto, luego de comer pedía".
A partir de entonces le acompaña siempre la fortuna.
1214. Muere su abuelo, el rey castellano Alfonso VIII. El nuevo rey es su tío Enrique, hermano de su madre, quien ejerce de regente.
1217. Una teja hiere a Enrique I, mortalmente en la cabeza, mientras juega con unos muchachos de su edad en el patio del palacio episcopal de Palencia.
Berenguela es Reina de Castilla.
Avisado por su madre, Fernando se reúne con ella y juntos marchan hacia Valladolid. Allí Berenguela recibe el reino que le pertenece por herencia e inmediatamente renuncia a él en favor de su hijo. El rey cuenta con dieciocho años.
Todos los nobles y obispos le reconocen en seguida como su Rey, con excepción de la poderosa familia Lara.
Su coronación se produce el 2 de junio en la ciudad de Nájera.
El Alférez Mayor de Castilla, don Alvaro Núñez de Lara, con el beneplácito de Alfonso IX cerca Valladolid, teniéndose que retirar el nuevo rey y su madre a Burgos.
Poco después, en el Monasterio de Las Huelgas de Burgos, el obispo Don Mauricio le ciñe la espada de Fernán González y le arma caballero.
Fernando III para calmar las ansías de su padre se ve obligado a cederle la posesión de algunas ciudades vallisoletanas. Asímismo confirma privilegios al de Lara.
1218. El Señor de Lara vuelve a levantarse en armas contra su soberano, quien cuenta con el apoyo de algunos nobles. Tras una serie de combates de resultado adverso al monarca, sobreviene la muerte a Alvaro Nuñez de Lara en el Castillo de Castrejón.
El 26 de agosto, mediante el Pacto de Toro se logra la tan ansiada paz entre los reyes castellano y leonés.
1219. El 30 de noviembre casa en Burgos con doña Beatriz de Suabia, hija del Emperador de Alemania.
1221. Nace su primogénito Alfonso (el futuro Alfonso X el Sabio). De este matrimonio nacerán 9 hijos más.
1221. Erige la Catedral de Burgos.
Berenguela había firmado durante su regencia una tregua con los almohades el 1215.
Fernando III la renueva puesto que necesita la paz externa para terminar de ordenar los asuntos del reino.
1222. Las Cortes Castellanas reunidas en Burgos, juran a su primogénito Alfonso como heredero al trono.
Ha de desplazarse hasta el Señorío de Molina, donde don Gonzalo Pérez de Lara se ha hecho fuerte.
La feliz intervención de Berenguela se plasmará en la Concordia de Zafra, por la cual doña Mafalda, hija del molinés contraerá matrimonio con un hermano del rey, el infante Alfonso.
1224. Fallece Yusuf II y con este hecho sobreviene también el final de las treguas acordadas con Castilla. Fernando III ha conseguido la pacificación de su reino y está más que dispuesto a pasar a la ofensiva contra los almohades.
En la Curia de Carrión recibe los recursos necesarios para la realización de su empresa.
1225. Ataca Jaén, pero no consigue conquistar la ciudad.
1226. Erige la Catedral de Toledo.
1228. Realiza correrías por tierras de Jaén, tomando algunas poblaciones como Castro y destruyendo algunas otras.
1229. El rey leonés Alfonso IX, deja dispuesto que, habiendo muerto su primógenito Fernando el año 1214, a su muerte, violando el derecho sucesorio, el trono de León recaiga en sus hijas Sancha y Dulce, nacidas de la unión con Teresa de Portugal.
1230. El monarca castellano intenta nuevamente el asalto a la ciudad de Jaén.
El sitio tiene que ser levantado por la noticia de la muerte de Alfonso IX. Fernando III se desplaza desde el sur para reclamar inmediatamente sus derechos al trono leonés.
Sin embargo, algunos leoneses no simpatizan con su causa, defendiendo los derechos de las princesas Sancha y Dulce al trono. Entre éstos, el Conde Diego Froilaz.
Pero la extraordinaria habilidad de Berenguela, su madre, va a salvar la situación en beneficio de su hijo, ya que logra que Sancha y Dulce renuncien a las concesiones del testamento a cambio de cuantiosas compensaciones económicas, en lo que se conocerá como Tratado de las Tercerías.
Así, el 2 de diciembre es proclamado Rey de Leon en Benavente. Castilla y León se unen definitivamente y nunca volverán a separarse.
El monarca recorre algunas ciudades de León, Galicia y Asturias. Pero sus capitanes no descansan.
El Arzobispo Rodrigo Ximenez de Rada conquista Cazorla y Quesada.
1231. Se firma el Tratado de Sabugal entre el rey castellano-leonés y el portugués Sancho II. Ambos monarcas desean ciertamente vivir en paz especialmente porque la Reconquista no ha hecho más que comenzar.
1232. En diciembre, asegurado su dominio sobre León, concentra sus tropas en Toledo.
Antes de que concluya el año, Trujillo, está en sus manos.
Los años siguientes constituyen una secuencia ininterrumpida de victorias1233. Las tropas castellano-leonesas reconquistan Montiel, Baza, Ubeda y Baeza.
1234. La ofensiva se demuestra implacable: los reinos cristianos de Portugal, Aragón y Castilla-León avanzán inmisericordes mientras luchas intestinas desgarran a los musulmanes de Al-Andalus.
1235. Caen los Castillos de Iznatoraf y Santiesteban. Tras un periodo islámico esplendoroso posiblemente también Beas de Segura es conquistada en este mismo año, y posteriormente, en 1239, pasará a manos de la Orden de Santiago.
Muere su esposa, Beatriz de Suabia.
Sus tropas conquistan Medellín, Alange, Magacela y Santa Cruz. Su estrategia no puede ser más acertada militarmente: encerrar Sevilla en medio de dos ofensivas paralelas que surcan Extremadura y la Cuenca del Guadalquivir.
1236. En enero tiene lugar un acontecimiento de radical importancia. Se hallan reunidas Las Cortes en Burgos cuando llegan inesperadas noticias. Intrépidos caballeros se han apoderado por sorpresa del arrabal cordobés conocido como La Ajarquía.
Inmediatamente piden ayuda (pues su situación es crítica) a don Alvar Pérez de Castro, que se encuentra en el Castillo de Martos y al rey castellano leonés que se halla en Benavente.
El mismo Fernando III se halla en el campo de batalla el 7 de febrero.
El 29 de junio, Córdoba, la ciudad que en otro tiempo había sido capital del califato es reconquistada.
Resulta difícil magnificar el enorme impacto moral que causa en El Islam la pérdida de Córdoba. También para los cristianos encierra un simbolismo obvio. De Córdoba habían partido las expediciones que los habían esclavizado y saqueado durante generaciones. Allí se habían originado las terribles campañas de Almanzor tan sólo comprensibles desde la óptica de La Yihad.
Ahora Fernando III considera llegado el momento de realizar un acto de innegable justicia histórica y así ordena la devolución de las campanas compostelanas robadas por Almanzor en el año 998, y que habían sido traídas a hombros de cautivos leoneses y colocadas en la mezquita "para vergüenza del pueblo cristiano".
Igual que en el pasado, viajarán a hombros de cautivos pero esta vez rumbo a sus legítimos propietarios."
(Tomado de http://www.castillosdejirm.com/fernandoIII.htm aunque con leves modificaciones.)
A PESAR DE QUE LA FECHA DE CONQUISTA DE BEAS DEBIÓ SER 1236, NO HAY TOTAL SEGURIDAD. EN ESTE MAPA SE SITÚA SU TOMA EN 1239, CUANDO PASÓ A MANOS DE LA ORDEN DE SANTIAGO.